—
Lo siento pero me voy, Bruno — dijo
Marco entristecido tras haber pasado al despacho del jefe.
—
¿Qué ha pasado? — preguntó éste.
— No
puedo más, noto que es mucha responsabilidad para mí, ni siquiera he podido
seguirle el ritmo a Martín, él es mejor que yo y seguro que Raúl también, por
lo que he decidido presentar mi dimisión. Tengo un buen currículum así que no
creo que tenga problemas en encontrar otro trabajo cuando me recupere con menos
responsabilidades y que sea capaz de asumirlo — argumentó Marco.
— Sin duda, perdemos
a un gran trabajador con tu marcha. Sinceramente, y que quede entre nosotros,
creía que ibas a ser mi sucesor. Tu empeño en hacer todo casi a la perfección,
toda tu dedicación hacia nuestra empresa y todo tu trabajo realizado no ha sido
en vano, pero si es tu decisión la aceptaré — afirmó
Bruno.
—
Siento si le he defraudado, jefe, pero
creo que esto es lo mejor para todos — comentó Marco justo antes de
dejar su carta de despido encima de la mesa.
Y
así fue como Marco abandonó su candidatura a jefe de la empresa, su puesto de
diseñador de productos y todo lo relacionado con ese lugar. Marco estaba fuera
del juego que semanas antes Bruno había inventado y del juego del cual su hijo
Martín había establecido sus propias reglas.
Martín
se enteró de la noticia minutos antes de salir por la puerta del trabajo para
dirigirse a su casa. Había transcurrido poco tiempo pero la dimisión de Marco
era un secreto a voces en aquel momento ya que, al dimitir, obviamente se le
eliminaría de las elecciones, quedando como únicos candidatos Raúl y Martín.
Entró
en su coche con la satisfacción de haber conseguido lo que pretendía, incluso
sonreía de tal forma que parecía que le habían elegido como sucesor de su
padre.
«Fue
demasiado fácil, pensaba que iba a costarme más quitármelo del medio», pensó
Martín.
En
ese momento, arrancó el coche para dirigirse al prostíbulo donde siempre
celebraba sus logros, donde iba en aquellas situaciones en las que se sentía
tan poderoso que tenía que exteriorizarlo de alguna manera.
Al
llegar, se quedó ensimismado con aquellas luces, aquellas luces que ya había
visto tantas veces, las mismas que empezó a visitar hace mucho tiempo cuando el
deseo de dominio le empezó a invadir. Fue entonces cuando rememoró su infancia,
su adolescencia, cómo todo aquello se empezó a enlazar con el lado oscuro de
los prostíbulos.
«Pensé
que después de esos dos días mi cabeza no iba a dejar de pensar en otra cosa.
Ver a mi madre, muerta, durante tanto tiempo... a mis cinco años, pensaba que
ya estaba muerto, pensaba que día tras día se me repetiría la misma escena, a
mí mismo intentando reanimar a mi madre sin apenas saber cómo hacerlo, cómo
sacarla de ahí. Pero sólo gracias a mí, soy como soy, fui capaz de aguantar
todo ese trauma yo solo ni mi padre estuvo ahí para asegurarse de que no
muriese...», Martín entonces empezó a recordar lo que para él era uno de los
momentos más trágicos de su vida, la muerte de su madre:
Ocurrió
una noche en la que el frío empezaba a congelar el asfalto, por una oscura y
serpenteante carretera que incitaba todo menos tranquilidad. Martín y su madre,
Katy, tuvieron que salir de su ciudad por aquellas carreteras para dirigirse al
hospital general situado al pasar varias ciudades, ya que ésta se encontraba
demasiado mal para quedarse en casa, teniéndose que llevar a su hijo debido a
que su padre por aquel entonces trabajaba hasta tarde.
Katy
sabía que no estaba para conducir, que tal vez la mejor opción hubiese sido
llamar a algún familiar o conocido que le hiciese el favor, pero nunca le
gustaba causar preocupaciones a los demás, por eso, cogió a su hijo, lo puso en
su sillita y se dirigió con toda la precaución que le era posible hacia el
hospital, sin saber que, desgraciadamente, iba a ser el último viaje que
realizaría.
Quince
minutos restaban hasta la llegada al hospital cuando a Katy se le empezaron a
cerrar los ojos a causa de los medicamentos que ésta se había tomado antes de
salir para tratar de aliviar el dolor de cabeza que le abrumaba. «Ya queda
nada, aguantaré» pensaba. Pero, desgraciadamente, en la segunda curva del
kilómetro 13, un parpadeo demasiado prolongado para esa carretera, unido al
hielo que ya había, provocó que el coche con Katy y el pequeño Martín se
chocase con el quitamiedos para caer 16 metros hacia abajo.
Por
desgracia, Katy no pudo sobrevivir a tal accidente, sufrió lesiones en todas
las partes de su cuerpo, se rompió la clavícula y el hombro izquierdo por culpa
de los golpes que el coche daba al caer, en un sinfín de vueltas de campana por
el terraplén de la carretera, hasta toparse con un árbol frontalmente,
causándole traumatismos mortales en el cerebro. La suerte para Martín corrió de
su lado ya que asombrosamente, salió físicamente ileso, pero las secuelas
psicológicas le llegaron más allá de lo que él mismo pudiese pensar.
Tras
este suceso, a Martín le quedaba aún lo peor pues nadie les vio caerse, nadie
llamó a los servicios de urgencias y por ende tuvo que intentar arreglárselas
sólo. Fue a la mañana siguiente cuando Bruno, al llegar y ver que no había
nadie, empezó a buscar a su familia.
«...
Además, a partir de aquello mi padre se volvió mucho más estricto, quería que
fuese como él, un hombre hecho y derecho que fuese capaz de afrontar todos los
problemas que me viniesen. Me llevó a los más estrictos colegios religiosos en
los que por cualquier motivo que ellos pensasen inadecuado me sometían a
golpes, insultos, vejaciones. Además al llegar a casa igual, tampoco distaba
mucho de lo que me ocurría en la escuela. Pero supe sobreponerme a todo eso
porque la verdad es que me daban igual todos los castigos ya que yo era el que
siempre lo hacía bien y ellos, al verme, los que querían hundirme…
…
Ellos creían que me hundían, que me manejaban, que me controlaban, pero no era
así. Era yo el que con cada una de mis acciones les enterraba mermando cada vez
más sus intentos de abatirme. Me acuerdo de que era el amo del recreo, todos me
adoraban, alguno de ellos incluso me daba su dinero para que yo me comprara
comida, como me cubrían cuando yo hacía novillos e incluso como alguno tras
mucho insistirle me hacía los deberes»
«Aunque sin duda mi
mejor etapa fue en el instituto y en la universidad. Mi padre se dio por
vencido y pude ir a un instituto y a una universidad públicos por lo que me fue
mucho más sencillo saber a qué grupos acercarme. Tenía un grupo que me pasaba
sus apuntes, otro al que le pedía dinero y el mejor,
el grupo con el que salía a la calle e íbamos a sitios oscuros y prohibidos
para nuestra edad, como éste. El descubrimiento de mi sexualidad fue
fascinante, empezó a los 15 años y hasta entonces aquí sigo», estaba claro que
Martín necesitaba desahogarse consigo mismo de alguna forma, y habitualmente se
quedaba pensando enfrente de esas luces que tantos recuerdos le traían. Siempre
lo hacía, era su ritual antes de entrar, recordar tanto lo malo como lo bueno
de su infancia/adolescencia, a veces hasta parecía que se entrevistaba a sí
mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario